Ficolandia y el chuzo desgranado: amor a primera mordida

Hoy no vengo a hablar de política, ni de fútbol, ni de los enredos de la vida… Hoy les vengo a hablar de un tema atípico, pero sagrado para mí: el amor profundo, fiel y grasoso de Ficolandia por el chuzo desgranado.
Con bollo, papita y salsa de tomate… como debe ser.

Muchos me preguntan cuál es mi comida favorita y la verdad es que tengo más favoritos que listas de Spotify para correr: la pizza, la lasaña, la hamburguesa, el perro caliente… mejor dicho, todo lo que entre en la categoría de “comida chatarra” tiene un altar en mi corazón (y en mis triglicéridos). No he madurado en el comer, eso es un hecho. Si por mí fuera, desayunaría todos los días deditos con Milo, o en su versión premium para rebeldes: deditos con Coca-Cola a las 6:00 de la mañana. Esa vaina cae como los dioses bajando en chiva del cielo.

Pero hoy no vine a hablar de deditos (aunque merecen su propio capítulo). Hoy vengo a rendirle homenaje al rey de la calle, el emperador del guiso, el dios costeño de la madrugada: el chuzo desgranado.

Todo empezó por allá en el año 2000, cuando aún me embadurnaba el pelo de gel y me hacía las “pullitas” el corte de moda de la época, y creía firmemente que la banda de pop que todo hombre escuchaba a escondidas (sí, los Backstreet Boys) era lo más Firme Pero nadie lo admitía por miedo a que se la montaran. Vainas de pelao roto. Y Yo, Ficolandia, los escuchaba bastante… pero en volumen 3 y con la puerta cerrada, para que nadie supiera que me gustaba dicha banda…

Y es que el chuzo tiene esa magia que te hace sentir orgulloso de lo que eres, así te chorree salsa de tomate por la camiseta, aunque admito, soy de los pocos que le echa esta salsa de dioses al chuzo. Yo he comido chuzo con guayabo, con despecho, con la quincena recién cobrada y hasta en citas románticas. Una vez llevé a una pelá a comer chuzo y me dijo: “¿Y este es el plan?” —¡Y claro que era el plan!—. Si uno no valora el chuzo, ¿cómo va a valorar el amor de verdad?

Volviendo a mi primera experiencia con el chuzo fui con mis amigos de la cuadra a una perrera de la esquina de la 64 y el vale del carrito me dice:
—Cole, tengo perros, hamburguesas y nuestro plato estrella: chuzo desgranado.
Y yo, que lo único que conocía era el clásico chuzo en palito (carne, pimentón, cebolla, todo bien organizadito como para una exposición de sociales), me quedé frío.
—¿Chuzo desgranado? ¿Esa vainaa qué es, hermano?

El man empieza a describirlo con un amor que parecía que me estuviera hablando de su primer hijo: bollo blanco, papita chongo, carne y pollo grille, cebolla y pimentón bien asados, salsa tártara, maíz tierno, queso rallado… y yo solo le dije:
—¡Échale además salsa de tomate y no hable más!

El primer bocado fue como una epifanía. Como dirían los foodies de Instagram: “una explosión de sabores que me transportó a otra galaxia”. De ahí en adelante, se convirtió en mi religión no oficial. Todos los fines de semana mi plan era el mismo: comer chuzo. Si estaba desparchado, comía chuzo. Si salía de rumba, me clavaba un chuzo. Antes de ir a un matrimonio donde sirven un menú gourmet llámese insípido (léase: comida fría, porción triste y cara), me metía uno en JP, donde ya me conocían y me recibían con la picadita de bollo como si fuera de la casa. Eso sí era protocolo, llave!

Y si la comida del evento estaba mala, al menos yo decía en voz baja:
—Bueno, por lo menos me comí un chuzo decente antes.

Mi relación con el chuzo ya tiene más años que mi relación con el cardio, y lo sigo eligiendo con la devoción de quien no olvida su primer amor. Porque sí, muchos dirán que eso no merece una estrella Michelin, pero yo le doy mil estrellas, una constelación entera si me dejan. Porque cada vez que pruebo uno, vuelvo a esa primera mordida y siento la misma emoción galáctica.

Y si algún día me llego a casar, no quiero ese pastel de tres pisos ni arroz insípido, con pollo o carne en esas salsas raras, llámese “comida elegante o gourmet” Yo Quiero chuzo desgranado repartido en servilletas doble capa, de esas que aguantan el guiso y la lágrima. Porque el verdadero amor no se mide en flores ni en promesas eternas, se mide en si esa persona te acompaña a comer un chuzo sin miedo al manchón de salsa en la camisa.
¡Que vivan los amores reales y los chuzos honestos, llenos de bollo, papita chongo, pollo y carne y a los que les gusta el chuzo con salsa de piña o salsa de tomate también ya que esto es puro orgullo costeño!

Ficolandia no responde por antojos provocados después de esta lectura.

[contact-form][contact-field label=”Nombre” type=”name” required=”1″][contact-field label=”Mensaje” type=”textarea”][/contact-form]

Scroll to Top