Una historia desde el corazón de Ficolandia
Hay momentos en la vida que uno no planea, pero terminan marcándote para siempre. Y esta historia —que nace entre rumbas, cervezas, regaños y una niña de seis años— es una de esas.
Regresémonos al 2007-2008. Yo apenas empezaba la universidad, vivía al límite y mi única preocupación era saber cuales eran los planes del fin de semana que empezaban desde el juernes. Religiosamente me encontraba con mi llave Pedro (alias El Negro) en Mundo de la Cerveza, y de ahí arrancaba el weekend. Eran tiempos sabrosos, sin duda… pero en mi mundolandia, el trabajo social no existía. Ni por error.
Yo venía de una familia donde no me faltó nada. Mi mamá, que ha sido y es mi gran heroína, me consentía como al rey de la casa. Tenía con qué salir, gastar y parchar sin pensar mucho. Y aunque sabía que había fundaciones y voluntariados, en mi mente, eso era “pa’ gente rara”. Sí, yo era ese pelao ignorante que pensaba así. Ironías de la vida: el raro sin oficio era yo.
Pero un día, por esas casualidades locas que solo Ficolandia puede explicar, una amiga del amigo del amigo necesitaba voluntarios para un evento en Portal del Prado. Costaba $40.000 —incluía camiseta y el apadrinamiento de un niño— y como era sábado temprano y no tenía nada que hacer, acepté. Pensé: “¿Quién quita que conozca gente nueva?”
En ese momento estaba en plena crisis universitaria, cambiándome de Administración de Empresas a Comunicación Social. Contabilidad financiera me había puesto una arrastrada brava y yo había decidido que ese no era mi destino.
Llega el sábado del evento. Me arreglo como si fuera pa’ un party: perfume, pinta bacana y sonrisa de oreja a oreja. Me inscribo, me encuentro con varios conocidos, y claro, la recocha no se hizo esperar. Ese mismo día, en plena actitud de “yo no vine pa’ esto”, solté mi primera perla: “Este es mi primer y último evento. Esta vaina no es lo mío.”
Hasta que llegó el bus.
Me asignaron a una niña de unos 6 años. Yo, sin idea, me acerco a una de las del staff (que después me regañó con cariño pero con verraquera) y le pregunto: “¿Y yo qué tengo que hacer con la niña?”
Ella me mira con una mezcla de sorpresa y sarcasmo y me dice:
“Jugar. Hacerla sentir bien.”
Y me remató con la clásica torcedura de ojos que te hace sentir más bruto de lo que uno ya sabe que es.
Y ahí empezó el cambio.
Resulta que la niña estaba de cumpleaños. Y yo, con mi espontaneidad genética heredada de mi abuela imprudente, le suelto: “¡Bacano! Seguro te han felicitado y te han dado muchos regalos.”
Ella me mira, tranquila, y me dice con una madurez que no se aprende en libros:
“Mis papás no tienen dinero para darme regalos. Compartimos todo con mi hermanito.”
¡Pum! Ese fue el chancletazo emocional más fuerte que había sentido hasta entonces. Nos sentamos a ver Happy Feet, pero yo ya estaba en otra. Le digo: “Ven, salgamos a celebrar como se debe.”
Con ayuda de otra voluntaria, me la llevo junto a su mejor amiguito a SAO. Les compré una Barbie, un pudín, y al niño un balón.
Y sí… me metieron un regaño brutal. Porque en esos eventos no se puede comprar nada por fuera. Pero la sonrisa de esa niña… esa no me la quita nadie.
Desde ese día, algo se encendió en mí. Me metí de lleno a Soñar Despierto. Pasé de voluntario a staff. Estuve casi 8 años compartiendo, organizando eventos, creando momentos mágicos para niños que solo necesitaban un rato de alegría y atención.
Y ese pelao que solo pensaba en rumbear, entendió que servir también puede ser una fiesta.
Hoy, cuando miro atrás, me doy cuenta de que esa casualidad fue uno de los regalos más grandes de mi vida. Porque me formó, me sensibilizó, y me enseñó a dar sin esperar aplausos. Me llevé regaños, claro que sí. Pero también me llevé amigos para toda la vida, historias que no se olvidan y una frase que me sigue acompañando hasta hoy:
“Soy Fico, y me gusta la recocha.”
Y sí, me sigue gustando. Pero ahora la uso para algo más grande: para conectar, para alegrar, para hacer algo que valga la pena en este mundo que a veces parece al revés.
Que las nuevas generaciones sigan construyendo sueños. Que sigan creyendo en las fundaciones, en los voluntariados, en el poder de servir con alegría. Y si en el camino se quieren reír, joder, bailar y hasta desobedecer un poquito… que lo hagan.
Porque en Ficolandia, eso también es parte de cambiar el mundo.
[contact-form][contact-field label=”Nombre” type=”name” required=”1″][contact-field label=”Mensaje” type=”textarea”][/contact-form]